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1918 Cotorra de Carolina
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Nombre científico: Conuropsis carolinensis.
Reino: Animalia. Filo: Chordata. Clase: Aves. Orden: Psittaciformes. Familia: Psittacidae.
La extinta cotorra de Carolina es el único miembro de su género (Conuropsis) y la única especie de la familia de los loros y cacatúas originaria de los Estados Unidos. Era un pequeño loro neotropical que, en tiempos, frecuentaba grandes áreas del sudeste estadounidense, el oeste de las Grandes Llanuras y el norte de la región del Atlántico Medio. Podía encontrarse desde el sur de Florida hasta Carolina del Norte y en las zonas costeras hasta Nueva York. También se localizaban en los estados del Golfo, al este de Texas y al norte a lo largo de los ríos Arkansas, Missouri, Mississippi y Ohio, y sus afluentes. Se suman otros registros en Dakota del Sur, Iowa, Wisconsin, Michigan y al oeste de Virginia. Las presencias más occidentales se observaron al este de Colorado.
Pero durante el siglo XIX y principios del XX, el área de la cotorra de Carolina se contrajo rápidamente limitando su distribución a los pantanos del centro de Florida, de hecho, en raras ocasiones se reportaron avistamientos del ave fuera de este estado después de 1860.
Los informes posteriores a su extinción ofrecen datos contradictorios sobre si las cotorras distribuidas más al norte migraron o cambiaron estacionalmente su área para sobrevivir a las temperaturas frías.
Esta cotorra estuvo presente en diferentes tipos de hábitat. Gran parte de su territorio lo formaban bosques antiguos cercanos a los grandes ríos y pantanos. Eran estas tierras densas cubiertas de maleza las que destinaba a la anidación sirviéndose de las cavidades de los árboles grandes y maduros. Su preferencia eran los pantanos de cipreses y los bosques de sicómoros (Ficus sycomorus), un árbol de la familia de las moráceas y del género de las higueras. Sin embargo, también visitó hábitats más abiertos, como los claros de bosques y los campos de cultivo.
El nombre específico Psittacus carolinensis fue asignado por el zoólogo sueco Carlos Linneo en la décima edición publicada en 1758 de su libro Systema Naturae, esta obra se considera el punto de partida formal de la nomenclatura zoológica. El nombre Conuropsis carolinensis deriva del griego Conure «loro del género Conurus» (un nombre obsoleto del género Aratinga) más el sufijo –opsis «semejanza a». Y, por otro lado, Carolina (versión latinizada de Carolana, una provincia colonial inglesa) más el sufijo –ensis «de un lugar» o «procedencia». Su traducción literal: «Conure de Carolina».
También fue llamada Puzzi la née «cabeza amarilla» o Pot pot chee por la tribu Chickasaw.
La especie pasó de ser «común» a principios del XIX a ser «rara» a mediados del mismo siglo. Relatos posteriores –de la segunda mitad del siglo XIX en adelante– ya evidenciaron la escasez y ausencia de estas aves. El alcance de la cotorra de Carolina colapsó con el creciente asentamiento humano que se iba desplazando desde el este hacia el interior y con la tala de los bosques secos orientales y meridionales. La intensa persecución que sufrió durante décadas también redujo significativamente su población.
No existe ningún estudio científico de la especie realizado por expertos estadounidenses. Para cuando la cotorra de Carolina captó el interés de los ornitólogos ya era demasiado tarde para aprender sobre su biología, por lo que la mayoría de las investigaciones previas a su extinción se centraron en preservar especímenes para museos. Gran parte de la información disponible proviene de relatos anecdóticos y de los cuerpos repartidos por distintas instituciones, de modo que los detalles de su prevalencia y declive son hipótesis no verificadas. Se cree que la especie se extinguió debido a un cúmulo de causas que confluyen en un denominador común: la actividad antropogénica manifestada a través de una variedad de formas. Entre ellas, encontramos:
Se señala la pérdida del hábitat como una de las causas principales de su extinción. Durante los siglos XVIII y XIX, la deforestación fue avanzando y grandes áreas de bosque fueron taladas para ampliar el espacio destinado a tierras agrícolas.
Principalmente comía las semillas de árboles y arbustos del bosque, sin embargo, en el momento de su declive también se alimentaba de manzanas, uvas e higos que a menudo conseguía en las plantaciones agrícolas. La presencia de esta cotorra en los campos de cultivo generaba opiniones divididas entre los agricultores de la época y es difícil calcular cuántos la consideraban bendición y cuántos todo lo contrario. Por un lado contaba con el reconocimiento de algunos granjeros por su valor en el control de plantas invasoras. La cotorra de Carolina mostraba predilección por la bardana común Xanthium strumarium, una planta que parasitaba las granjas y campos del sur y que contenía un glucósido tóxico. Pero el otro sector de agricultores estaba muy lejos de pensar que en realidad les favorecía y solo veía en ella una plaga que se lanzaba sobre sus cosechas, así que no dudaron en dispararles indiscriminadamente siempre que tenían ocasión. Por desgracia, el carácter marcadamente gregario de estas cotorras ofrecía unas facilidades inmensas para su aniquilación en masa.
La cotorra de Carolina vivía en comunidad y demostraba un comportamiento altamente social, una característica que comparte con otras cotorras y cacatúas y que las hace especialmente vulnerables a la depredación humana: cuando un miembro de la bandada es herido o muerto, el resto de sus componentes, invariablemente, acude a su lado con la intención de socorrer o acompañar a los congéneres caídos, una conducta que es difícil no calificarla de compasiva. Y fue este comportamiento de congregación el que facilitaba sobremanera a los cazadores su tarea de matar muchos ejemplares en poco tiempo, porque los caídos atraían de nuevo a la bandada… y vuelta a empezar.
La caza jugó un papel importante. Por un lado, para obtener sus coloridas plumas a fin de abastecer la creciente demanda de adornos para sombreros femeninos. Por otro, aunque pudo ser una causa de menor impacto, su captura para el comercio de mascotas ya que eran enjauladas y vendidas como animales de compañía.
Por lo descrito hasta ahora, fue una combinación de factores los que, hasta los primeros años del siglo XX, eliminaron la especie de la mayor parte de su área. Pero la extinción final sucedió tan rápidamente que todavía hoy es una incógnita no resuelta. Al parecer, la desaparición de las últimas poblaciones no se debió tanto a la caza en busca de comida o plumas, ni a los granjeros de la Florida rural. Se mantuvieron suficientes nidos intactos, por lo que la deforestación tampoco parece que fuera la razón definitiva. La causa más probable es que las aves sucumbieran a la enfermedad aviar que afectaba a las aves de corral, al menos esto es lo que sugiere la rápida desaparición de las últimas bandadas que, aunque pequeñas, parecían conformar un grupo sano y vigoroso de poblaciones reproductoras. Esta es la teoría que sostiene el ornitólogo estadounidense Noel F. Snyder a pesar de que no existen registros recientes o históricos de poblaciones de loros del Nuevo Mundo afectadas por enfermedades de las aves domésticas.
Por otro lado, también se baraja la posibilidad de que los europeos introdujeron abejas para la polinización de sus cultivos y que estos insectos contribuyeran a su extinción al ocupar muchos de los sitios de anidación de las cotorras.
Ya hemos visto que para cuando los expertos mostraron interés por la especie ya no había nada que hacer. El caso de la cotorra de Carolina es otro fracaso en la conservación de la vida silvestre. Es lamentable que no hubiera ninguna voluntad por garantizar su protección ni por evitar el fin de la especie. Ni siquiera hubo pretensión de intentar esa última medida, casi siempre desesperada, de reproducirlas en cautividad, a pesar de que era un animal fácil de capturar y de criar. A nadie se le ocurrió reunir una población reproductora o rescatar los huevos que las cotorras expulsaban reiteradamente de su nido.
La cotorra de Carolina fue reportada por primera vez en 1583 en Florida, mientras que el último ejemplar silvestre del que se tiene constancia fue abatido en 1904 en el condado de Okeechobee, Florida. Aunque los rumores de la supervivencia de estas aves persistieron hasta la década de los 30, los informes adicionales realizados hasta finales de la década de 1920 en Okeechobee no contaron con el respaldo de nuevos registros. El último avistamiento confirmado en la naturaleza corresponde a la subespecie Conuropsis carolinensis ludovicianus, en 1910.
La última cotorra de Carolina murió en el zoológico de Cincinnati el 21 de febrero de 1918. Este macho llamado Incas pereció justo un año después de su compañera Lady Jane, con ella había compartido su vida en cautiverio durante más de 35 años. Curiosamente, esa misma jaula había despedido cuatro años antes a Martha, la última paloma viajera. Resulta paradójico que estas dos especies, aparte de coincidir en muchos detalles de su vida y declive, acabaran encontrando su final tras los mismos barrotes.
No fue hasta 1939 cuando se declaró oficialmente la extinción de la especie por el Sindicato de Ornitólogos de los Estados Unidos. La UICN ha clasificado la especie como extinta desde 1918. Por otro lado, la fecha de extinción estimada más reciente (2010) la sitúa en 1915.
En vida, la cotorra de Carolina fue un ave inconfundible. De pico fuerte y cola puntiaguda, pesaba un promedio de 280 g y tenía una longitud de 32 a 34 cm. La mayoría del plumaje era en un tono verde que se aclaraba en las zonas inferiores y se oscurecía al llegar a la cola. Su cabeza lucía un amarillo brillante que se tornaba naranja en la frente y en la cara –su rasgo más distintivo–, y que se extendía detrás de los ojos y en la parte superior de las mejillas (lores). La piel que rodeaba los ojos era blanca y el pico rosáceo pálido. Las patas eran marrón claro y compartían con la familia de los loros la misma disposición zigodáctila, es decir, dos dedos hacia delante y dos hacia atrás, esta disposición es común en especies arborícolas, particularmente aquellas trepadoras de troncos o que deambulan por las ramas.
El plumaje cambiante de la cotorra de Carolina era clave en la identificación de las etapas de vida de las aves. Las hembras y machos adultos muy similares en su colorido, sin embargo, los machos eran un poco más grandes que las hembras (sexualmente dimórficos). A diferencia de los adultos, las cotorras jóvenes carecían del particular plumaje amarillo y naranja, eran completamente verdes tanto la cara como el cuerpo. Los jóvenes alcanzaban el plumaje adulto completo al cumplir 1 año de edad, aproximadamente. Los polluelos estaban cubiertos de un plumón gris que se sustituía por el color verde en sus alas y cola pasados 40 días.
Fueron observadas por los primeros naturalistas trepando por las ramas en busca de alimento y volando en grandes bandadas de entre 200 y 300 individuos. Se sabe que se congregaban en grandes grupos para alimentarse y anidar. Dormían comunalmente en las cavidades de los árboles, tanto de día como de noche, aunque la especie fue principalmente activa durante el día.
La cotorra de Carolina gritaba durante el vuelo, de modo que las bandadas podían escucharse a kilómetros de distancia. A menudo permanecían en silencio cuando dormían, murmurando a ratos. Se observó un parloteo suave y constante mientras tomaban alimento. Cuando avistaban depredadores emitían sonidos estridentes en señal de alerta. Los compañeros de las bandadas se sentían atraídos por los gritos de los pájaros heridos y acudían a su lado con la intención de apoyar a sus congéneres. Es probable que se comunicaran entre ellos a través de señales visuales y el acicalamiento mutuo.
Hay poca información disponible sobre su modo de apareamiento, algunas fuentes sostienen que la cotorra de Carolina era un animal monógamo y que compartía su vida con una única pareja. Se desconoce cuál era la temporada de cría, aunque pudo ser en primavera. Era muy sociable, vivía en grupos numerosos y anidaba en colonias. Parece que su hábitat de reproducción fueron los bosques de tierras bajas, áreas cercanas a los ríos, ciénagas de cipreses y, como la especie nidificaba en las cavidades de los árboles, sentía predilección por los bosques caducifolios. Al parecer muchas de estas aves compartían los nidos. La hembra ponía entre 1 y 4 huevos –por lo general eran 2– y los incubaba durante unos 20–23 días. Se desconoce qué sexo fue el responsable de incubar los huevos. Las crías eran altriciales (nacen ciegas, con los conductos auditivos sin abrir, con escaso plumaje y con movilidad limitada). 18–19 días tras la eclosión, su cuerpo se cubría con el plumón gris.
No hay datos sobre su longevidad en la naturaleza. En cautiverio podían superar los 30 años.
En su mayoría comía las semillas de árboles y arbustos del bosque, incluidos los de ciprés, almez, haya, sicómoro, olmo, pino, arce, roble y otras plantas como cardos y sauces (especie Cenchrus). En el momento de su declive también visitaba los campos de cultivo y los árboles frutales para alimentarse de manzanas, uvas e higos y con frecuencia los agricultores les disparaban en represalia por entrar en sus huertos. Arrancaban la fruta inmadura del árbol y comían las semillas. Fue especialmente notoria su predilección por la bardana común Xanthium strumarium, una planta que contiene un glucósido tóxico, y era una planta invasora invasora en granjas y campos del sur. También se dice que se alimentaron de brotes y, ocasionalmente, de insectos. Sujetaban el alimento entre las garras mientras comían.
C. c. ludovicianus. Subespecie de Louisiana y habitaba la zona a lo largo de la desembocadura Misisipi–Misuri. Era ligeramente diferente en color que la subespecie nominada, siendo más verde azulado y generalmente de una coloración algo tenue. También se extinguió pero en una fecha algo anterior, probablemente a principios de la década de 1910, fecha del último avistamiento confirmado en la naturaleza.
C. c. carolinensis. Habitaba el área comprendida desde Virginia hasta Florida. Los montes Apalaches separaban estas aves del este.
Aunque fue el único miembro de su género (Conuropsis), la cola larga puntiaguda, los característicos mechones y mejillas, la combinación cromática del plumaje y el pico ancho y robusto de la cotorra de Carolina guardan una relación directa con los loros del género Aratinga, lo que lleva a la mayoría de los expertos a determinar que son parientes cercanos. Aunque las relaciones evolutivas entre la cotorra de Carolina y otras especies de loros neotropicales son difíciles de precisar, los análisis estadísticos y la posterior reconstrucción del árbol genealógico indican que la cotorra de Carolina es pariente de una triada de especies compuesta por:
Ñanday (Nandayus nenday), un loro verde con la cabeza y el cuello de color negro. Las similitudes en la distribución del color revela que la cotorra ñanday mantuvo las plumas primarias azules pero, en su evolución, reemplazó u oscureció el plumaje amarillo y naranja de la cabeza. Actualmente está clasificada como LC (preocupación menor) en la lista roja de la IUCN.
Aratinga testadorada o periquito de cabeza dorada (Aratinga auricapillus), es un pájaro verde con la frente anaranjada y amarilla. Actualmente se encuentra casi amenazada (NT).
Cotorra solar o arantinga sol (Aratinga solstitialis), sus colores principales son amarillo y naranja. En la actualidad se encuentra en peligro de extinción (EN).
Por otro lado, la cotorra monje (Myiopsitta monachus), introducida desde América del Sur, es muy similar en tamaño y color a la extinta cotorra de Carolina y el área carnosa que rodea sus fosas nasales en un rasgo compartido por ambas especies. Actualmente está catalogada como LC (preocupación menor).
BLOG: El día de… la Cotorra de Carolina
En la sección «El día de» de nuestro blog rendimos tributo a la última cotorra de Carolina conmemorando el aniversario de su muerte con información extendida que acompañamos de obras gráficas y literarias creadas por nuestra red de colaboradores.
PRÓXIMAMENTE: la Cotorra de Carolina en imágenes
Pronto podrás visitar nuestra galería histórica para acercarte un poco más a la fauna perdida de los últimos tiempos a través de una recopilación de material documentado compuesto por ilustraciones y fotografías de diferentes épocas.